El maldito Cronovisor
Hasta hace pocos días, en la isla de Sicilia, Italia, el tiempo
voló. Los relojes comenzaron a adelantar entre 15 y 20 minutos y se desató un
clima de histeria social sin precedentes, teniendo en cuenta que la
aceleración del tiempo –en rigor, un desarreglo de las tecnologías que lo miden–
no forma parte de la agenda del misterio. Las chifladuras cronológicas
son cosas, más bien, de la ciencia ficción. Lejos de platillos volantes,
lobizones o pánicos morales como fuerzas satánicas o sectas maquiavélicas, el
aparente desajuste espacio-temporal acabó constituyéndose en un desvío a la
reflexión estandard en torno a los enigmas populares.
Quiero decir: al margen de la ilusión de los pobres relojeros convencidos de que 2011 iba a ser el año en que salvaron al mundo, o de los ingenieros eléctricos que se devanaron los sesos en dar la explicación física del fenómeno, en el camino quedaron usuarios abrumados ante la mera posibilidad de creer que estaban ante una genuina anomalía del tiempo.
El asunto mostró otros flancos de ataque. Es que estos fenómenos
renuevan las oportunidades de los “intérpretes”, siempre listos para asediar la
realidad, modelar nuevas aventuras mentales dentro de sus respectivas áreas,
estén dentro del campo de la ficción literaria, la fantasmagoría espiritista o
la divulgación científica de cabotaje. En mi caso –porque estoy entre esos
oportunistas–, cuando anteanoche escribí un poco contra el reloj el post sobre
La isla donde el tiempo vuela, no dejé de pensar,
todo el tiempo, en el Cronovisor.
¿Nunca oíste hablar del Cronovisor? ¿En serio? Ah, no: eso se tiene que remediar. Es, según el padre benedictino Pellegrino Ernetti (1925-1994), una máquina desarrollada por él mismo en el Vaticano, en los años cincuenta, que sirve para tomar fotografías del pasado.
Dicho con franqueza brutal, este artefacto seguramente nunca
existió más allá de las declaraciones de un sacerdote italiano aficionado a los
exorcismos, el espiritismo psicotrónico y a tareas en colaboración con Agostino Gemelli (1878-1959), el polémico
padre franciscano, psicólogo y fundador de la Universidad Católica de Milán.
Pero el relato de su invento, o el relato inventado, trascendió a su época y mantuvo el misterio latente por razones que ahora me resulta imposible desarrollar. Tal vez, solo tal vez, la superchería de Ernetti creció gracias a su silencio atronador, ya que nunca más –después de una memorable entrevista que dio a La Domenica del Corriere– volvió a abordar el asunto con la misma locuacidad. (No es nuevo: el fabulador que confunde pistas y silencia para no ser pescado con el culo al aire, al mismo tiempo deja correr la idea de que, si habla, es hombre muerto; su mérito, en todo caso, es no dar alternativas a la posteridad, es un héroe o un impostor).
En mis años de hojear revistas paracientíficas sin duda tuve
muchas oportunidades de quedar expuesto ante el misterioso Cronovisor. Pero
recién conocí sus pormenores cuando leí La dama azul, la
atrapante novela de mi amigo Javier Sierra, mitad basada en hechos reales, aunque
improbables, y mitad en su propia imaginación. Qué rara debe ser la historia de
Ernetti que, al leer la novela, creí que el personaje inspirado en benedictino
correspondía a la parte novelada.
La novela de Javier Sierra es fascinante y se la quiero agradecer. No solo por haber desenterrado aquella historia, con la que cierra su novela, sino porque fue capaz de sorprenderme. De paso, pido disculpas por mi propia falta de originalidad: mi nota también termina con el desconcertante misterio del Cronovisor.
Para que se me entienda, no traigo a cuento a la fabulosa máquina
de Ernetti porque estoy dispuesto a dar al asunto más crédito que el que le
corresponde. El motivo es otro, y voy a tener que explicar un truco: cuando
contamos una historia –con la finalidad que sea– deseamos dejar grabada una
pequeña huella en el lector. Y hacer pensar. No sé qué sucederá en tu caso, pero
–a despecho de las explicaciones científicas– las fantasías realistas siempre
son más impactantes que las ficciones descaradas. Y algo de eso sucede con
el maldito Cronovisor.
Qué lamentable, usted no se define, mantiene orgullosamente una posición ambigua y ella no favorece la postura que dice defender.
Pues la verdad que sería muy interesante más que una máquina que toma fotografías del pasado, una que lo filmara. ¿Se imaginan cómodamente tirados en el sofá y con el control remoto eligiendo la fecha, hora y lugar de lo que quisieran ver en la pantalla del televisor? Podríamos conocer la verdadera Historia y también descubrir a todos los criminales, a todos los mentirosos, a todos los infieles, etc., etc., etc. Lástima que es una fantasía, pero sí que daría gusto tener ese televisor. O también podría ser una computadora, claro.
Agostinelli, estoy de acuerdo con vos en buscar siempre la verdad alrededor de las historias de este tipo, pero, ¿no crees que alguna de estas historias podría llegar a tener algo de verdad y o que en el futuro puedan volverse verdad?
@Juan A. Mitre Mendoza Payo Por supuesto, Juan. Con algunas limitaciones (las leyes de la termodinámica, por ejemplo), negar a priori la posibilidad de que algún acontecimiento o fenómeno aparentemente fantástico se confirme o se vuelva realidad está contraindicado por el espíritu científico.
@Norberto M Bueno, Ud. parece saber mejor lo que pienso acerca de las cosas que yo mismo. Me encantaría que me explicara qué definición quedó pendiente o qué postura digo defender -y no favorezco, según su modo de ver- que no esté directamente explicitada en el artículo de referencia. Saludos.
Comoquiera, que hablen de viajar en el tiempo ó no, es mi honor ahora mismo dejárles recibir buen rediscado mío, que me convendrá bastante mucho de ahora en más existir como muy buen optimista, es decir, lo mío laboral, así por supuesto les pueda explicar & concentrárme sobre, qué lo mío me pueda resultar, saludos, ‘J.A.,’ Ifoundittout@yahoo.com, Stgo., Chile.